La obra reciente del escultor Santiago Aguirre – segura en las destrezas del oficio- se inserta en la tradición constructiva que inauguran en Venezuela creadores como Pedro Barreto, Harry Abend, Pedro Briceño y Víctor Valera.
De ahí ese aferramiento del artista a los volúmenes primigenios, las superficies desnudas y el respeto a las cualidades significativas del material.
Con un repertorio reducido de elementos, Santiago Aguirre despliega una gama amplia de posibilidades compositivas y simbólicas que se caracterizan por la simplificación formal y el contraste de superficies. El artista inicia su indagación en la apariencia canoníca, regia y más o menos perfecta de los hierros. Luego pasa a los volúmenes seudo orgánicos y algo irreverentes que talla en madera; y de allí desembocan en un mundo inquietante, de geometría inexacta en donde tropiezan y se acoplan el reino mineral y vegetal.
Aunque, sin duda alguna, el lado más prometedor de su trabajo reciente lo constituyen los ensamblajes en los cuales confronta – plano contra plano, volumen contra volumen – la madera y el hierro. He aquí una apertura singular y provocativa. Porque después del contacto epidérmico de las materias opuestas vienen las penetraciones mutuas, el jadeo, las flexiones, los arqueos; en fin, el ensamblaje de elementos que ya no son perfectos y armoniosos sino literalmente “formas malas”, cuñas, astillas…
Rudo y laborioso es el oficio de escultor pero es la fineza del espíritu, la sensibilidad aguzada la que debe gobernarlo. Se trata de un ejercicio perenne para el cual Santiago Aguirre ha presentado ya sus credenciales.
Féliz Suazo
Caracas, febrero 1998